Miles de generaciones de nuestros antepasados pasaron por este planeta
deseando un mundo en paz, sin enfermedades, violencia ni desgracias.
Recojamos el testigo de su motivación y sigamos con paciencia y entusiasmo.
Nacemos y vivimos en guerra. Algún tiempo en guerra con los demás y lo demás, y otro tiempo, como decía el poeta Antonio Machado, en guerra con nuestras entrañas.
La mente iluminada de un buda es lo único que no vive en guerra, pero en su condición de humano no se libra de estar en medio de la guerra, aunque su propósito no sea vencer a nadie ni a nada, si no sólo iluminar la estupidez de guerrear a favor o en contra de las propias creaciones humanas, como las religiones y dogmas, los intereses nacionales, corporativistas, de una clase, una casta o de cada individuo adscrito al ego que ha elegido servir.
La herencia de las guerras se extiende por varias generaciones, aunque el modo o motivos vaya perdiendo influencia en cada generación. El problema es que se crean motivos nuevos y cada vez más globales y peligrosos.
A la generación de mis abuelos les tocó vivir las guerras coloniales, la primera y la segunda guerra mundial.
A la generación de mis padres les tocó vivir la brutal guerra y postguerra española y la más brutal 2ª guerra mundial. Hasta esa última gran guerra luchaban unas ideas del hombre contra otras ideas del hombre, ideas que hoy día no significan casi nada, y menos para andar matando a nadie. Disfrazado detrás de comunismos, capitalismos, religiones y otros dogmas masivos está el poder del dinero. Y en la sombra del dinero está el miedo a desaparecer y el anhelo de supervivencia y eternidad del ego.
A mi generación le ha tocado heredar la postguerra industrial y el inicio de la guerra global, la guerra de las ideas del hombre contra su propia naturaleza, su naturaleza totalmente dependiente del medio ambiente, del aire, el agua, la tierra, el fuego, el mundo vegetal y animal. No es que sea una guerra nueva, es la de siempre, llevada a su último nivel de peligro. A la vez es mayor nivel de oportunidad global para la humanidad.
Los hijos de mi generación han nacido heredando esta nueva guerra global, del hombre contra la naturaleza, tanto externa como de si mismo. Es una herencia desgraciada sin posibilidad de ser evitada y a la vez una herencia de la mejor oportunidad para dar un salto espiritual que cambie la dirección de las guerras del mundo hacia la guerra total a la ignorancia y el egoísmo.
Los hijos e hijas de mi generación han sido concebidos como buditas. No para andar guerreando por dogmas nacionalistas, racistas, sexistas, religiosos, económicos, sociales o de cualquier otro tipo, si no para saber sobrevivir y desarrollar su generación y las que sigan, en paz con ellos mismos, con la naturaleza y con el universo.
En la sociedad actual experimentamos los efectos del pasado, con todo tipo de convulsiones, enfermedades, injusticias, catástrofes medioambientales y desequilibrios de todo tipo.
Estos síntomas o efectos no son un problema en si mismo. Un adicto a la heroína experimenta convulsiones y dolores al dejarlo. Una sociedad adicta a lo que enferma la naturaleza, incluido el cuerpo y la mente humana, ha de pasar por las convulsiones y dolores antes o después... Cuando el dinero no llega para comprar heroína o como todos los inventos humanos para no enterarse, como sociedad, de que se estaba atacando y desequilibrando a la naturaleza.
Los aspirantes a budas, los Bodhisattvas, están muy alegres cuando llega el momento de experimentar esas convulsiones y problemas, pues son las grandes oportunidades de cambiar y salir o aclarar un estado o nivel de ignorancia y adicciones a inventos humanos. De hecho pasan por las convulsiones bailando y cantando, como si fuera una fiesta. No necesitan comprar música en conserva ni un sitio especial para bailar. Su voz y su cuerpo son el instrumento. La tierra su soporte. El aire su combustible. El agua su poder. El mundo vegetal su madre.
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